Mientras ella reogía sus cosas de la habitación, yo estaba en el salón hablando por teléfono. La situación era surrealista.
El sonido que ella producía al introducir sus pertenencias en la maleta me superaba. Sabía que aceptaría aquel caso fuera el que fuese. No deseaba quedarme solo en aquella sala donde acababamos de discutir ni mucho menos en una casa vacía sin ella.
Sé que podia haber ido tras ella. Aún no se habia marchado, pero teníamos tantos problemas, arrastrábamos tanto pasado que era imposible que se solucionase como en una de esas películas de cine.
No hubiera servido de nada aparecer en la puerta de la habitación, mirarla, apartarla de la maleta, darle uno de esos besos increíbles y decirle que no se marchara.
No servivría de nada y yo lo sabía. Ella necesitaba que le dijese otras cosas que yo no podía decir en aquel momento.
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