Existir
no es lo mismo que vivir. Existir no implica sentir, no supone soñar, no abarca
el poder de la libertad. No hay nada como unas buenas palabras, ordenadas
armoniosamente para trazar un camino hacia la verdad, mi verdad. Solo soy una
más de esas millones de personas que “existen” atormentadas por su ser más
profundo, encarceladas por el miedo. Estira, tira y afloja y solo consiguen
hacer enrojecer las muñecas por la energía del ansia de libertad acumulada en
las cuerdas. Fuertes, tensas, inamovibles. Todos las tenemos. Algunas tienen
forma de recuerdos, otras son fobias actualizadas o siluetas de personas o
incluso las sombras de las sensaciones. Porque el miedo no es otra cosa que el
desprecio a sentir, la “huida” de uno mismo a verse abrazado por toda esa
absurda calamidad a la que llamamos sentimientos. Solo quien siente vive, automáticamente dejas
de existir y adquieres una categoría superior a esta: naces existiendo, vives
viviendo y mueres dejando de existir. Así es, y puede que muchos de vosotros al
leer esto penséis que soy una loca, una desquiciada. Lo soy, he perdido
absolutamente la cabeza, y es que acabo de darme cuenta de que SOLO EXISTO y
ello implica que acabo de abrir mis ojos y me he visto a mi misma con
insolencia apresada a esas cuerdas, he visto mis muñecas enrojecidas, he visto
mi lamento desde fuera y he podido oler el miedo desde cerca. He entendido a
que saben las pérdidas, como un café largo y amargo. He aprendido a permanecer
quieta y fiel a mis cuerdas incluso cuando acechaba una tormenta. He peleado
siempre atadas a ellas, con mis dos manos juntas y puestas frente a frente,
quietas. ¿Sabéis lo difícil que puede resultar golpear a los miedos con las
manos atadas? ¿Os podéis imaginar como puede ser tender la mano servicialmente
con las manos atadas? ¿Creéis que sabéis lo que realmente es acariciar a quien
posee tu corazón CON LAS MANOS ATADAS?. He aprendido. He aprendido a golpear a
mis miedos con las piernas: siempre acaban regresando. He aprendido a ayudar a
la gente sin manos: y todavía me califican de egoísta. He aprendido a acariciar
con la mirada, a distancia. Quizá este aprendizaje sea mi mayor condena, porque
he aprendido a vivir sólo existiendo, he aprendido a vivir sin sentir, sin
soñar, sin libertad. Y acabo de comprender, que, joder, necesito ya mis dos
manos para darles un golpe definitivo a esos monstruos, y que no vuelvan.
Para ayudar a quien merece mi ayuda y sobretodo para poder acariciar el amor
con mis dos manos. Ese amor que depurará mi “vida existente” y le devolverá su
natural estado de auténtica vida.
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