martes, 22 de marzo de 2016

c'est fini

Quería escribir algo, por ser día 22 y por estar viva. Por llevar tiempo pensando que el 22.03 siempre lo recordaría y que el 16 tiene un gran significado. No pienso volver a tomar un helado en el Peret. Quería decirle a Bukowski que me gustan también las chicas sin bragas y con amor. Quería remarcar lo bonito que es Berlín y vivir. Quería decirme que me gustan los aviones y gritarte que me ha encantando estar lejos de ti hoy, a las cinco y media para evitar(me) caer y morir. Enseñarte que siempre tengo la última palabra y que si te hice llorar al menos (por fin) has aprendido a hacerlo y no me refiero a tu teatro, de imbécil, sino a esas lágrimas de cuándo por fin te das cuenta de lo que has perdido, aunque en realidad, (me) perdiste hace ya cuatro primaveras y nunca lo creíste. Que sepas lo que es literal y metafóricamente estar esperando a sabiendas de que nunca aparecerías, al menos como yo te recordaba o más bien como nunca fuiste, como yo creía y tonta de mi, te imaginaba. Me he jurado mucho y no he cumplido, me he arañado de vez en cuando en la desesperación, me he hecho pequeña por ti, un millón de veces y todavía sigo teniendo odio. Me consume, me irrita sentir algo por ti aunque sean náuseas, me irrita que parte de mi energía diaria la malgaste en imaginarme las mil y una formas que se me ocurren de matarte (lenta y dolorosamente) como hiciste conmigo, con nosotros, siempre, cada día, cada hora, cada noche. Y hoy, día 22, de regreso a casa, me pregunto si odiar mis recuerdos también contamina mi mente y si es mejor empezar a quererlos también a ellos, a mis benditos errores que me han llevado a día de hoy a perder la cabeza y ser invencible (como los diamantes), a amar a las mujeres fuertes que llevan pantalones (como coco) que usan pistolas y que creen que ni todo es tan malo, ni todo es tan bueno, que el equilibrio es algo tan personal como el aroma que dejamos después de una noche de besos y de abrazos y que al final es lo que cuenta. Sumar, sumar, multiplicar, elevar y no restar, restar, dividir y hacer malditos infinitos que tienden a cero.

La cosa, la idea, el concepto, el despropósito de todo esto es que todos tenemos una X, que lo abarca todo, lo bueno y lo malo. El gracias y el de nada: las conversaciones sin sentido, los ojos en silencio y las bocas ocupadas. Los cuerpos juntos y entre sábanas, las promesas estúpidas, el nunca más y siempre era menos. El “si sigues llorando me voy”, el “nunca te mentiría mirándote a los ojos”, el “quiero casarme contigo”,  el “si me dejas me mato”, el “si me dejas se lo digo a tus padres”, el “eres mía”, el “ necesito ayuda”, el “ella no significa nada, tú sí” y otra vez, y otra chica y otra vez y otra chica y miles de ellas. Jugar con fuego y arder, “no me montes el numerito”, "déjame de una vez”, “estas muy flaca y no me había dando ni cuenta”, “madura”, tu mierda de “quiero dejarlo” por teléfono, el “cállate que no quiero que ella te escuche”, el “muñeca”. Infeliz. Insatisfacción crónica, mi perdón, mi perdón solo lo da Dios.

Aprended de esa X. No mirar atrás.

Por cierto, estoy preciosa y tus ganas de verme huelen a estiércol y francamente no me apetece soportarte.

Zorionak.

“Ningún dolor significa el fin del sentimiento; cada una de nuestras alegrías es un trato con el demonio
Charles Bukowski





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