Quería
escribir algo, por ser día 22 y por estar viva. Por llevar tiempo pensando que
el 22.03 siempre lo recordaría y que el 16 tiene un gran significado. No pienso
volver a tomar un helado en el Peret. Quería decirle a Bukowski que me gustan
también las chicas sin bragas y con amor. Quería remarcar lo bonito que es
Berlín y vivir. Quería decirme que me gustan los aviones y gritarte que me ha
encantando estar lejos de ti hoy, a las cinco y media para evitar(me) caer y
morir. Enseñarte que siempre tengo la última palabra y que si te hice llorar al
menos (por fin) has aprendido a hacerlo y no me refiero a tu teatro, de
imbécil, sino a esas lágrimas de cuándo por fin te das cuenta de lo que has
perdido, aunque en realidad, (me) perdiste hace ya cuatro primaveras y nunca lo
creíste. Que sepas lo que es literal y metafóricamente estar esperando a
sabiendas de que nunca aparecerías, al menos como yo te recordaba o más bien
como nunca fuiste, como yo creía y tonta de mi, te imaginaba. Me he jurado
mucho y no he cumplido, me he arañado de vez en cuando en la desesperación, me
he hecho pequeña por ti, un millón de veces y todavía sigo teniendo odio. Me
consume, me irrita sentir algo por ti aunque sean náuseas, me irrita que parte
de mi energía diaria la malgaste en imaginarme las mil y una formas que se me
ocurren de matarte (lenta y dolorosamente) como hiciste conmigo, con nosotros,
siempre, cada día, cada hora, cada noche. Y hoy, día 22, de regreso a casa, me
pregunto si odiar mis recuerdos también contamina mi mente y si es mejor
empezar a quererlos también a ellos, a mis benditos errores que me han llevado
a día de hoy a perder la cabeza y ser invencible (como los diamantes), a amar a
las mujeres fuertes que llevan pantalones (como coco) que usan pistolas y que
creen que ni todo es tan malo, ni todo es tan bueno, que el equilibrio es algo
tan personal como el aroma que dejamos después de una noche de besos y de
abrazos y que al final es lo que cuenta. Sumar, sumar, multiplicar, elevar y no
restar, restar, dividir y hacer malditos infinitos que tienden a cero.
La
cosa, la idea, el concepto, el despropósito de todo esto es que todos tenemos
una X, que lo abarca todo, lo bueno y lo malo. El gracias y el de nada: las
conversaciones sin sentido, los ojos en silencio y las bocas ocupadas. Los
cuerpos juntos y entre sábanas, las promesas estúpidas, el nunca más y siempre
era menos. El “si sigues llorando me voy”, el “nunca te mentiría mirándote a
los ojos”, el “quiero casarme contigo”,
el “si me dejas me mato”, el “si me dejas se lo digo a tus padres”, el
“eres mía”, el “ necesito ayuda”, el “ella no significa nada, tú sí” y otra
vez, y otra chica y otra vez y otra chica y miles de ellas. Jugar con fuego y
arder, “no me montes el numerito”, "déjame de una vez”, “estas muy flaca y
no me había dando ni cuenta”, “madura”, tu mierda de “quiero dejarlo” por
teléfono, el “cállate que no quiero que ella te escuche”, el “muñeca”. Infeliz.
Insatisfacción crónica, mi perdón, mi perdón solo lo da Dios.
Aprended
de esa X. No mirar atrás.
Por
cierto, estoy preciosa y tus ganas de verme huelen a estiércol y francamente no
me apetece soportarte.
Zorionak.
“Ningún dolor significa el fin del
sentimiento; cada una de nuestras alegrías es un trato con el demonio”
Charles Bukowski
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